Durante siglos el hombre había sido el protagonista visible en los oficios de la costura. Los sastres habían monopolizado los gremios manteniendo la exclusividad en el prestigio y el control de la producción. Pero a partir del siglo XVIII las mujeres van ganado terreno en varias de las actividades relacionadas con el vestir.
A principios del siglo XIX, con el aumento de la demanda de ropa a la moda por parte de la clase burguesa adinerada, comienza a aflorar las mujeres costureras ‘free lance’ y van asumiendo el papel hasta ese momento prohibido. A pesar del reconocimiento de la actividad artesanal femenina dentro de los gremios, el férreo control que ejercían estos impedía un desarrollo lógico de la actividad de los oficios de la costura adecuado a las nuevas estructuras del consumo y a la industrialización del sector textil.
La Revolución Industrial afectó a la actividad artesanal, pero no es hasta la segunda mitad del siglo XIX que la industrialización se aplicó a la ropa, con el avance de la industria textil se abarató y diversificó la oferta de tejidos, lo cual propició un aumento de las confecciones por entonces aún manuales. pero la máquina de coser doméstica revolucionó las costumbres en cuanto a la realización.
La segunda mitad del siglo XIX sería testigo de grandes cambios en el sistema moda: desde los hábitos de consumo hasta los de producción y distribución.
Con la aparición de la “Haute Couture” (Alta Costura) se establece la creación de prendas de moda a la medida de cada cliente, con materiales de alta calidad y cuidados detalles. Este hecho se enlaza con los propios orígenes de la figura del diseñador, reconocido como creador y con ello, se produjo la inauguración de la “era de la Marca”.
Pero este hecho no hizo desaparecer el oficio de la costura en otros niveles, la costurera mantuvo su actividad, ya fuera en talleres o por cuenta propia.
En los primeros años de esta década la manera de proveerse de ropa era, en las clases menos favorecida, a través de la costura en el hogar: coser era una habilidad que toda mujer debía dominar desde su más temprana edad. Esta labor podía ser compartida con las sirvientas, en las casas que podían permitírselo y con las costureras ‘externas’ o pequeñas tiendas en aquellas que podían pagarlo.
Es la época en que muchas jóvenes se desplazaron hacia las ciudades, en las que se incorporan a los talleres como costureras o trabajan por su cuenta ofreciendo sus servicios a las casas de la burguesía. Las condiciones laborales no eran las mas adecuadas para las jóvenes o en muchos casos adolescentes y el horario de trabajo era abusivo con jornadas de casi 20 horas.
La historia del trabajo de estas mujeres está relacionada con los orígenes de la industria de la confección, en los debates sobre la condición de las clases trabajadoras y con el feminismo temprano. Dos siglos después, algo ha cambiado al respecto. Pero no mucho.