Desde los botones en piedras preciosas de los jubones del siglo XIV hasta los que Karl Lagerfeld ha utilizado en sus colecciones al frente de la casa Chanel, para marcar un estilo como referencia a la clásica chaqueta de tweed, esta pieza complementaria del traje ha desempeñado funciones decorativas y utilitarias.
El hombre primitivo pasó del uso de decoraciones corporales a crear piezas externas con la cuales embellecería su cuerpo. Caracoles, dientes de animales, marfil, ámbar, ágata, turquesa y cristal de roca fueron los primeros materiales utilizados para esos adornos.
Pero el origen del adorno primitivo también estuvo relacionado con un sentido simbólico, de carácter mágico, como trofeo o talismán. Parte de este carácter mágico trascendió al nacimiento del adorno y aún en la Edad Media, dentro de la Europa cristianizada, al uso de ciertas piedras preciosas se le otorgaba diversas propiedades: el diamante garantizaría protección contra el veneno, piezas de rubí otorgaban a su portador paz de espíritu, objetos que llevaran zafiro brindarían felicidad, con la esmeralda, alegría, y utilizar la calcedonia fortalecía los músculos.
Se tiene conocimiento de que los primeros botones eran utilizados desde la antigüedad, no con el sentido funcional con el que hoy los identificamos, sino a modo de joya, cosidos sobre la ropa o sobre otros accesorios. Los más antiguos botones decorativos datan de 2.000 años a.C. y fueron hallados en excavaciones arqueológicas efectuadas en el valle del Indo. Consistían en conchas de diversos moluscos talladas en formas circulares y triangulares y perforadas con agujeros para coserlas a las prendas de vestir.
Su uso continuó en las civilizaciones de la antigüedad, sobre todo en las regiones cuya vestimenta era a base de paños colgantes: griegos y romanos sujetaban sus túnicas con las fíbulas (especie de alfiler o broche cuyo uso se conoce desde el siglo XV a.C.) en ocasiones también añadían botones elaborados en marfil, hueso, gemas incrustadas o revestidos en oro. Con ello, el botón cumplía otra de las funciones de la vestimenta desde sus orígenes: la de clasificación o diferenciación social.
Pero no fue hasta el siglo XIII cuando el botón adquiere utilidad, otorgándole el uso que ha mantenido hasta la actualidad y ello se debió al cambio que se produjo en la vestimenta masculina en Europa. Este cambio condujo al abandono del uso de la túnica -llevada a lo largo de las civilizaciones antiguas y en la Alta Edad Media- y su sustitución por prendas estrechas y cosidas. Con ello, las nuevas vestimentas ajustadas impedían el paso de las mismas a través de la cabeza y se hizo necesario que se efectuaran aberturas a las piezas que -debiendo ser cerradas y estrechas- eran unidas por lazos y luego por botones.
Es en este momento cuando se define también la manera en cuanto al cierre de los botones por ambos sexos: las prendas femeninas se abotonan de derecha a izquierda y las masculinas a la inversa. Existen varias teorías al respecto, pero la más aceptada es que la mujer solía colocar al niño de pecho sobre el brazo izquierdo, dejando el derecho libre para poder abrir con facilidad el corpiño y así, alimentar al bebé. El hombre debía tener también el brazo derecho libre, pero para utilizar la espada y si necesitaba desabotonar alguna prenda, debía hacerlo con la izquierda.
La utilización práctica del botón fue posible gracias a la introducción en Occidente del ojal.
El ojal es conocido en Occidente, según algunos historiadores, gracias al contacto con el Oriente a través de los cruzados, otros afirman que ya se conocía desde finales del siglo XII.
Ya fuera por una u otra vía, el uso práctico del botón se extiende rápidamente por la Europa de finales de la Edad Media y a mediados del siglo XIII aparece, dentro del catálogo de especialidades artesanales agrupadas en gremios, la del “realizador de botones” (dato que ha llegado a través de las ordenanzas gremiales de París de 1250).
La aplicación del carácter utilitario al botón no detuvo su uso decorativo, sino todo lo contrario, a partir de ese momento se inició una carrera imparable en su valor como adorno. Aparecieron en gran número en prendas no solamente con cierre general de las mismas, sino también para ajustar mangas y otras partes de la indumentaria, cosiéndose muy unidos entre sí, de manera que un jubón masculino podía disponer de más de 50 botones para su cierre y un vestido femenino hasta 200.
Y si la cantidad llamaba la atención no menos lo hacía la calidad. Las escrituras reales han dejado constancia de los gastos que los monarcas y cortesanos realizaban en el culto de la apariencia y, sobre los botones, abundan los datos. En 1520, Francisco I, rey de Francia, encargó a sus joyeros 13.400 botones de oro para ser cosidos a un traje de terciopelo negro y su nieto Enrique III se mandó a hacer, en 1583, 18 docenas de grandes botones de plata con forma de calavera.
Famoso por prestar especial atención a su atuendo, Luis XIV, en 1684, poseía 104 botones de diamantes y en ese mismo año hizo partir un diamante de 52 quilates para hacerse dos botones. Dos años después, el joyero de la corte recibió el encargo de confeccionar 48 botones y 90 presillas para un chaleco del rey y para ello empleó 816 piedras de color y 1.824 diamantes.
Los botones fueron utilizados para casi todas las prendas: camisas, casacas, calzones…hasta los guantes tenían botones con la excusa de que debían de ajustarse bien a las muñecas; algunos cortesanos usaban también pañuelos con botones…Mientras más se ajustaba la vestimenta al cuerpo, más botones aparecían sobre ellas, convirtiendo a esta parte de la indumentaria en verdaderas obras de arte realizadas por orfebres, creadores de auténticas joyas con innumerables diseños y sobre los más variado materiales preciosos. La tendencia creciente de la moda cortesana por lograr que el traje adquiriera un valor en sí mismo, hizo que en la vestimenta de las clases pudientes de los siglos XVI y XVII distribuyera sobre la tela innumerables joyas de incalculable valor: oro, plata, piedras preciosas estaban presentes tanto en los incrustados como en las conocidas puntas que adornaban los vestidos femeninos y, por supuesto, en los botones llevados por ambos sexos.
A finales del siglo XVIII comienza a destacarse dentro del mundo de la apariencia el estilo inglés. Esta corriente del vestir de la cada vez mas fuerte burguesía británica era, en esencia, más práctica, menos opulenta y menos ostentosa que la afrancesa y aparece la fabricación seriada del botón, aplicando en su elaboración nuevos materiales: hueso, metales moldeables como el acero, propiciando con ello que este objeto pudiera ser más asequible para las clases con menos poder adquisitivo.
La presencia del botón en la indumentaria actual ha mantenido, en algunos casos, el carácter simbólico y la tradición heredados de la historia de este elemento. Así sucede con los dos botones que ha mantenido el frac en la parte baja de la espalda, utilizados en los siglos XVII y XVIII para recoger los faldones de las largas casacas y así facilitar la monta; los uniformes militares no se conciben sin la presencia destacada de ellos, como símbolo de poder.
Con el auge de las firmas y marcas de moda, suelen utilizarse los botones como emblemas de la creación o pertenencia al nombre de un determinado creador o casa de costura.
(Anotaciones del libro: Historia del traje de François Boucher)